Holocausto del abrazo

 

Yo, que amo como nadie la poesía,

que comprendo la tristeza de un árbol;

el dolor de un poeta, su inmensidad

condenada al recipiente chico;

su ir y venir del sueño al desvelo;

su galope loco por los territorios,

donde la estrella habla,

el fuego embiste

y la vida y la muerte

son amantes del ciclón y del cisne;

yo, no puedo llegar a abrazar

a todos los poetas;

oír como crece la hierba azul

de la poesía desde su alma;

navegar por los ríos

escondidos en sus manos;

oír como el viento

en el desfiladero

de sus palabras más amargas;

nacer también desde su pecho

como una rosa oscura y anónima

y decirle al tímido: tomad

mi brazo, marcharemos juntos.

Y hacerle sentir el resplandor

de la amistad más ancha,

para que sea menos su dolor;

su agónico paso por el mundo.

Y enseñarle al triste

la bella cintura de la risa,

para que su tristeza

sea dulce lámpara amorosa

y no lirio que se apaga

cuando la soledad se enciende.

Y al poeta de vigorosos aceros

cultivarle en el pecho

a rosa más bella y más grande

para que no pase por el mundo

con la pupila ciega

y la ternura coja

y sepa amar la vida

donde la misma surge

con su rostro flameante.

Y entender a todos

y a todos decirle: vive

porque la vida

es la poesía más alta.

 

--Otto René Castillo

Para que no cayera la esperanza