El viajero
Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano que en el sueño infantil
de claro día vimos partir hacía un país lejano.
Hoy tienes ya las sienes plateadas, un
gris mechón sobre. La angosta frente; revela un alma
casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales del parque
mustio y viejo. La tarde, tras lo húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo.
El rostro del hermano se ilumina suavemente.
¿Floridos desengrados dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva que en nuestros años?
¿Lamentará la juventuda perdida? Lejos quedó-la pobre
loba-muerta. ¿La blanca juventud nunca vivida nunca teme, que ha de
cantar ante su puerta? Sonríe el sol de oro de la tierra
de un sueño no encontrada; y ve su nave hander el mar
sonoro, de viento y luz blanca vela hinchada?
El ha visto las hojas otoñales, amarillas, rodar, las
olorosas ramas del eucalipto, los rosales que enseñan otra
vez sus blancas rosas.
Y este dolor que añora o desconfía el temblor de una
lágrima reprime, y un resto de viril hipocresía en el semblante
pálido se imprime.
Serio retrato en la pared clarea todavía. Nosotros
divagamos. En la tristeza del hogar golpea el tictac
del reloj. Todos callamos.
-- Antonio Machado Soledades
(1899-1907)