Los Demonios y los Días
(3)
Cuando todo está perdido, cuando
nuestro corazón-pobre animal desnudo-
deja su prisión de piel y huesos
y se queda fuera, saltando solo
junto a alguna puerta, en el asfalto
de una carcomida calle cualquiera;
cuando alguien que amamos nos ha dado,
como una limosna manchada,
por única vez, por última
vez, lo que quisimos, ella sola,
y en cambio nos ha quitado todo,
entonces una viento enorme duro nos hiere,
y el recinto hueco del pecho
se nos va llenando, desde el fondo,
de un dolor espeso, de un atole
amargo y salobre, y la garganta
se anuda en el ansia de un contenerlo.
No es lo mismo estar enamorado
que amar.
 El que ama, seguramente,
no está solo, sufre de otra manera;
encuentra la paz, se cumple gozoso
pudiendo dufrir por los que ama.
Pero esta pasión inútil, dañina,
que sólo prentende lo que no puede
tener, que destruye lo que consigue;
esta corrosiva nostalgia
que no llena más objeto que hacernos
morir de rencor y de ternura,
que nos cambia en odio la tristeza,
no tiene razón que la explique.
Qué lejos, qué absurdamente distantes
las humildes alas desplegadas
sobre el desamparo del mundo,
la sangre dispuesta a brillar por otros,
el perfecto amor, la fuerza pura
de la santidad y el heroísmo.
Algo, sin embargo, he comprendido:
que hay muchos caminos que desconozco
y que no es tan corta nuestra vida.
--Rubé Bonifaz Nuño
De otro modo lo mismo