Bajo la tarde en Berlin
Tú llegabas
como el viento,
de lejos.
Y venían en ti,
como en el mar,
la suavidad de la luna
y el pado del sol.
De pie, la tarde
era lejanía
en llamas grises.
Bajo los árboles
eran tristes los cielos.
No era la primavera,
sino el fin del invierno.
Era la tarde
en la que vendrías
todas las tardes
hacia mí.
De allí en adelante
tus pasos estarían atados
siempre a mi ternura de laurel.
Y ya no andaría solo
por el mundo,
con el alma despoblada,
como la mesa de un hambriento.
En ese día nos faltaba
mucho llanto y mucha risa
todavía por nacer.
Eramos los que se encuentran,
casi al azar, bajo la tarde
de las ciudades populosas.
Hacía frío aún bajo el abrigo.
Pero nunca como entonces fui dichoso.
No era la primavera,
amor, mío,
sino el fin del invierno.
--Otto René Castillo
Para que no cayera la esperanza